De sobresalir en Ipurua a desaparecer en Praga. De ser el mejor ante el Eibar -junto a De Jong– a realizar un encuentro discreto contra el Slavia. Entre ambos partidos sólo transcurrieron tres días. Este contraste resume la trayectoria de Antoine Griezmann desde su fichaje por el Barça. Porque el francés, desde inicio de temporada, ha compaginado buenos momentos, mostrando la calidad que atesora, con partidos donde ha sido intrascendente.

El primer partido oficial de Antoine con la elástica azulgrana fue ante el Athletic Club en la primera jornada de Liga. Empezó partiendo desde la izquierda, pero acabó jugando de ‘9’ tras la lesión de Suárez. Su aportación ofensiva, igual que la de sus acompañantes en la delantera, fue prácticamente nula. En su debut en el Camp Nou ante el Betis hizo su mejor partido, juntamente con el de Eibar, con dos goles, movilidad, participación y asociación constante. Y eso es lo que se pide a Griezmann. Que esté implicado en el juego. Que si juega de ‘9’ no se quede entre centrales esperando que le llegue algún balón, como sucedió contra Osasuna. Y que, si Valverde lo pone por la izquierda, se mueva, se ofrezca, conecte con sus compañeros, juegue por dentro o tire desmarques de ruptura equivalentes al que condujo al primer gol en Ipurua.

El Barça pagó 120 millones para traer un jugador que aportase cosas en el campo. Porque para tener a alguien deambulando por el césped podría haberse quedado Coutinho. Movilidad y participación es lo mínimo que se le puede pedir al francés. Tiene que dejar de lado estas dos caras mostradas hasta ahora y exhibir solo la buena. Si Antoine quiere, dará muchas alegrías al aficionado culé, ya que es uno de los mejores jugadores del mundo y tiene talento y calidad para marcar diferencias. No obstante, si continúa realizando partidos como los de Dortmund, Granada o Praga, acabará siendo otro fichaje que acaba en fiasco, y la ‘lista negra’ de jugadores que no triunfan en el Camp Nou seguirá acumulando nombres  

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